-¿Quién lo iba a decir John?, que tú estarías sentado en un parque de
El hombre vestía un jean relavado, que en algún momento de su larga y azarosa historia, había sido azul. Llevaba la camisa blanca arremangada hasta los codos, sucia y ajada de manera irremediable. Unas desgastadas zapatillas, imitación china de una conocida marca, calzaban sus pies. Su melena canosa le caía, como una cascada congelada de grises, sobre los enjutos hombros, mientras la extraviada mirada de sus azules ojos, marcaban el rumbo del hombre de bronce, fijo, ya por siempre, en el banco del parque.
-Pues si John, de lo que te has perdido en esta larga muerte tuya. El tiempo pasa rápido John, muy rápido. Vienen los días y los días invitan a los meses y los meses cuelan a los años y ya tú ves, como el que no quiere las cosas, estamos tú y yo sentados en este banco conversando, como conocidos de toda la vida.
El hombre gesticula mientras habla, como queriendo expresar mediante los aspavientos de las manos y las contracciones del rostro, todo aquello que no se puede decirse con palabras.
-Yo todavía no lo puedo creer John, tú que fuiste un clandestino, eres ahora un inmortal monumento público, aquí, en el mismísimo miocardio del Vedado, con tu melena de bronce y tu desafiante mirada. ¿Verdad Señora?
Una mujer, de cierta edad, se aleja asustada, de la intempestiva interpelación del hombre, que no le parece en su sano juicio.
-Porque déjame decirte John, que tú tenías tres defectos que aquí no se podían tener, eras extranjero, eras millonario y cantabas, en la lengua del enemigo, la música del enemigo. No John, no te preocupes, te me quedas tranquilo aquí en tu banco, que ya eso no es problema. Si al contrario, ahora esas son las más excelentes cualidades y hasta se le recomiendan a todo ciudadano. Si eres extranjero es como si tuvieras una llave para todas las puertas, todo el mundo te sonríe, te trata bien y que más desea el señor. Si John porque ahora hasta te tratamos de señor. El Señor John para aquí, el señor John para allá. Dile tú chamaco, explícale a John como han cambiado las cosas.
El muchacho con uniforme de secundaria se queda mirando al hombre y sonriéndose le replica: “Si puro, así mismo es”, mientras se queda mirando, dentro del pequeño grupo de curiosos que se había congregado, para ver en que paraba la historia.
-Claro, eso es en tu caso particular, por que hay otros a los que todavía no le han levantado la veda aunque se trate de un premio Cervantes, mira ahí está el caso de Vargas Llosa, a ese todavía no lo pueden ver ni en pintura, porque les da urticaria.
La tarde moría ya en el horizonte y los tonos rojos y naranjas del crepúsculo comenzaban a tornarse grises, mientras las sombras principiaban a rodear a los interlocutores, inmóvil uno, congelado en el tiempo; y exaltado el otro, olvidado de las horas y minutos.
-Ya tu música no es extranjerizante John, ya no desvían ideologías, ya tus compases no son capitalistas. No se de que maldita manera lo que era no es y lo que es no era, pero así son las cosa ahora. Mira, hasta te convino haber sido extranjero, porque a los nativos, a esos no se les perdona o ellos son los que no perdonan, porque así de enredadas se han vuelto las cosas. ¿Qué no lo entiendes John? Yo te lo voy a explicar, todito, todito.
La brisa marina refrescaba, junto a la caída del sol, la tarde-noche habanera, el gorjeo de los pájaros anunciaba su regreso a los dormitorios, después de un día intenso bregar en la búsqueda afanosa del sustento, algunos niños jugaban todavía a las agarradas, aprovechando las últimas luces del día, alegrando con su risa aquel sombrío lugar, en espera de que sus madres los requirieran desde los balcones, para recibir el último alimento del día.
-Claro lo de extranjero era relativo, porque si eres extranjero y cantas canciones bobas, melifluas y vacías de contenido, que no solivianten los ánimos y que mantengan la modorra intelectual en la que la mayoría vive no tienes problemas y te programan en la radio y en la televisión y al revés, si eres cubano y te pones con un verso medio enredado a tocar aunque sea con el pétalo de una rosa, las ideas que se consideran intocables, entonces si que te la buscaste, te acusan, te denigran, te enmorcillan y te vaporizan y luego riegan el humo, para que de ti no quede ni la peste a quemado.
-¿Qué quien declaró las ideas intocables? ¿Que se yo? Debe haber sido algún dios o el espíritu santo y que no se pueden cambiar ni por la voluntad del pueblo.
-Si, es contradictorio John. ¿Cómo se entiende que tu voluntad no puede ser cambiada por tu voluntad? Es extraño John pero es así. Tú te imaginas que el mono, cuando pensaba que lo mejor del mundo era estar en la copa de los árboles, hubiera declarado esa decisión como intocable. Todavía estuviéramos encaramados en las matas, colgados de las colas y comiendo plátanos.
-John, no te rías que esto es serio. Ustedes tampoco se rían que ustedes si saben de lo que estoy hablando.
La persona que guarda el monumento se levanta y va hasta las esquina a llamar por teléfono. El resto se acerca para no perderse ni un detalle.
-John, la culpa de todo la tiene la dialéctica.
El grupo ríe complice, como si entendiera de lo que se trata, mientras el que llamaban John se mantiene impávido. “Arriba puro, métele” le dice el muchacho. Una música comienza a escucharse desde un lugar desconocido; los primeros acordes de una canción. El hombre del teléfono regresa y se queda de pie, expectante.
-John, ¿tú sabes lo que es la dialéctica? No John, tú piensas que sabes, pero eso no es la dialéctica. No, John, que unidad y lucha de contrarios, ni que ocho cuartos. La dialéctica es otra cosa, la dialéctica es lo que hizo que tú estés aquí hoy en este parque. Te voy a poner un ejemplo para que lo entiendas clarito. Cuando yo estaba en
“Pues resulta, que uno de esos personajes, paladín de la pureza ideológica de la juventud y los estudiantes, baluarte indestructible de nuestros principios más revolucionarios, me lo encuentro yo, como tres años después, en el medio de un pasillo bailando “Ticket to Ride”. La verdad que me sorprendió, no podía creer lo que mis ojos veían, ¿Dagoberto Suárez Morán, bailando con la música de los Beatles?, aquello era inconcebible, era más fácil para un camello pasar por el hueco de una aguja, o que un M4 pase cada cinco minutos, que yo hubiera visto, con estos ojos que se los va a comer la tierra, a Dagoberto, el que defendía con tanta vehemencia nuestra cultura proletaria, el que había promovido las sanciones y hasta las expulsiones de tantos compañeros, bailando con la música de uno de los principales símbolos de la decadencia capitalista… y en Inglés. Pero así era… y como se retorcía el muy condenao, parecía que había nacido danzando el rock and roll. Cuando me recuperé un poco de la sorpresa, no me pude contener y lo encaré: “Dagoberto ¿Qué tú haces bailando con esa música?”, se viró para mí y sin dejar de moverse y con tremendo desparpajo me contestó: “esa es la dialéctica Vidal, la dialéctica”
La música de la canción se oye ahora más alto. Dos uniformados se acercan rápidamente al hombre, el grupo de curiosos se dispersa rápidamente y mientras lo sostienen firmemente lo conducen a un automóvil con unas insignias harto conocidas. Mientras se van alejando el hombre de la melena gris dirige sus últimas frases al hombre de bronce.
-¿Entiendes ahora John? ¿Tú entiendes ahora? Esta es la dialéctica.
Una luz azul intermitente se va alejando por 17 mientras la oscuridad se adueña de todo y el sonido de la sirena se va apagando, ahora la música se deja escuchar muy alto, mientras, desde el oscuro banco del parque, una voz comienza a entonar una conocida canción, en una lengua extranjera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario