Tres palomas arrullan a mi puerta.
Sopla el viento estival feroz aullido.
Pasa un pobre can magro y tullido.
Está la calle gris, triste y desierta.
Se oculta el sol que ya no acierta
a regalar su luz de oro bruñido
y con la oscuridad se ha desvaído
el color y la vida se hace incierta.
Mientras rasgo con afilada punta,
en el papel, un soneto marchito,
no puedo hacer la colosal pregunta
que estremezca la fibra del lector:
¿Habrá amor sin decir: te necesito?
¿Existe la poesía sin dolor?
sábado, julio 21, 2007
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