martes, julio 10, 2007

De dictaduras, comunistas y calzoncillos.

Se arrastraba el año 1994, uno de los más amargos de la historia de Cuba. Con la desaparición del campo socialista del oeste de Asia, el furibundo, y ahora moribundo, dictador cubano Fidel Castro Ruz, se había quedado colgado de la brocha, luego de que los rusos se fueran, de la gran isla caribeña, llevándose hasta la escalera. Debe haber sido a finales de año, porque recuerdo que ya había terminado el curso de Disidencia Avanzada 2, pero aún no me habían expulsado del Partido. ¿Cuál Partido? El único que hay. (Al menos legalmente) En esa época me ocurrieron dos hechos muy significativos de diferente y extraña naturaleza.

Resulta, que las empresas trataban de “estimular” a los trabajadores, con el objeto de retenerlos en el trabajo estatal o en la esfera de la producción y no se fugaran hacia otras actividades económicas más lucrativas, entre las que se encontraban el trabajo por cuenta propia y el turismo. Fue de esta forma y por este motivo que en la empresa me obsequiaron con unos calzoncillos de patas largas (más conocidos como matapasiones), cuya más connotada característica era que, en su etiqueta, mostraban un pequeño, pero perfectamente legible, rotulo que rezaba: Made in USA. Para mí fue extremadamente chocante que cuando atravesábamos la más dura de las crisis, luego del destetamiento soviético, y el país era asediado más estrechamente por el imperialismo yanqui, una empresa estatal me agasajara con aquellos calzoncillos de tan clara e inobjetable procedencia.

Yo, que ya no sabía que hacer para ponerle suelas a los zapatos (y mi abuela menos para arreglar las zurcidas entrepiernas de los calzones) agradecí aquel gesto empresarial, porque en caso de que se me rompieran los pantalones, al menos tenía un amparo para hacer invisibles mis partes más pudendas y también me quedaba el consuelo, de que en caso de tener alguna fortuita aventura amorosa, en la que se le notara el rostro poco serio a la pretendiente de mis intimidades, al menos podría, espetarle: “Si, matapasiones, pero americanos” reconfortando un poco mi maltratado ego, con lo que se haría cierto la famosa frase cartesiana: “Coíto, ego sum”

Lo otro que me ocurrió fue que estando en la Calle 42 de Miramar, enfrente de una conocida empresa de equipos informáticos, trabé conversación con un ciudadano español. Yo no sé exactamente como empezó, pero si que fue él quién se lanzó de lleno a contarme las razones por las cuales estaba en Cuba. Resulta que el “gallego” era del Partido Comunista Español y no tanto por su militancia como porque debía tener un corazón de oro, con cierta frecuencia, recolectaba medicinas y las llevaba a Cuba, aprovechando algunas amistades que tenía entre los pilotos de Iberia, que las trasportaban como parte del equipaje de la tripulación. El objeto de tan raro proceder era no pagar el peso de equipaje en la línea aérea, ya que esta labor humanitaria, este señor ya entrado en la tercera edad, la realizaba a costas de su propio peculio. (En realidad creo recordar que el vejete aprovechaba la ocasión para follar un poco con alguna de nuestras poco valoradas jineteras, pero lo Cortés no quita lo Moctezuma)

La conversación se desarrollaba con mucha cautela de mi parte, pues la cautela en el conversar es casi congénita en los cubanos desde hace 48 años, ante el peligro de que le pase a uno lo que el escrupuloso lechero, quien no fue a la cárcel por añadirle agua a la leche, sino por tener los labios algo más carnosos que lo estrictamente necesario para mantener la boca cerrada; pero aquel señor, no sé como ni cuando, me dijo que lo que había en Cuba era una dictadura. “Una dictadura de izquierda, pero una dictadura.” me aclaró. Para mi no era nueva la noticia, pues ya había llegado a esa conclusión hacía algún tiempo, aunque no me atreviera a decirlo en voz alta ni en el baño de mi casa, pero que viniera de un comunista (yo también lo era y lo sigo siendo aunque no pertenezca a ningún partido) que además estuviera ejerciendo por su cuenta y riesgo una labor humanitaria con el pueblo de Cuba, me llamó la atención.

Aunque siempre lo he guardado en mi memoria como un recuerdo especial, no valoré aquel encuentro en su justa medida hasta hoy en que la distancia, las circunstancias y ciertos debates en la blogosfera cubana me lo han traído a colación. Me reconforta haber tenido aquella conversación, que me confirmó dos cosas importantes para mí, que el gobierno de Castro el Magno es una dictadura y que se podía ser comunista e incluso ser solidario con la población de la isla y reconocer la existencia de la dictadura y la necesidad de un cambio. En este tiempo transcurrido también he podido corroborar que los americanos podrán ser unos hijos de puta, pero, ¡coño, que calzoncillos más estupendos hacen!.

4 comentarios:

machetico dijo...

Estimado Liborio: Soy lector asiduo de su blog y con todo respeto, me permito exponer una duda. Su perfil anota su edad entre 25 y 30 anos. El relato se situa en 1994, hace ya trece anos. Hallo bien que siga siendo comunista, pero era ya Ud. miembro del partido desde los doce o los diecisiete?

Infortunato Liborio del Campo dijo...

Ex-timado instrumento de labranza, la descripción que puedes apreciar en mi perfil no es más que una chanza y forma parte de mi ano-nimato. Por otro lado ten en cuenta que algunas de las historias que aparecen aquí tienen una cierta elaboración literaria, cuando no son en su totalidad un devarío de mi infértil imaginación. En este caso, son dos hechos reales reelaborados.

machetico dijo...

Usted es un jodedor y de los buenos, pero digalo a tiempo que algunos lectores somos lentos. Disfruto mucho lo que haces.
machetico

Garrincha dijo...

liborio, eres un aburguesado.
tu deber de revolucionario era haber renunciado patriótica y rotundamente a los calzoncillos muchos años antes.
pero no, querías usar calzoncillos.
por eso el país está como está, porque todos quieren tener calzoncillos y así no se puede.
gracias por este blog.
un abrazo.