En el sillón de mi abuela
ya rotos todos los mimbres
la dura tabla sosiega
el trasero que subsiste
sino de mostrar decoro
para corromper aljibes.
Esta mesa de caoba
para el propósito sirve
de soportar estas flores
de nostalgia y de berrinches.
Del hondo patio me llegan
de la vecindad los chismes,
obscenidades y quejas
y el olor de los jazmines.
En la calle el pregonero
anuncia productos miles
recordándome la tierra
de mis anhelos pueriles.
La tierna luz de la aurora
penetra plateada y triste
por ventanas que consienten
que los pajarillos trinen.
Las tejas del techo lloran
el requiebro de albañiles
y en sonoras carcajadas
las tablas del techo ríen.
En horcones y viguetas
ningún veneno reprime
que insaciables comparezcan
comejenes a nutrirse.
En los libros me deleito
al compás de los clarines
del tocadiscos que incierto
me trae melodías libres
de músicos y poetas
que sus versiones esgrimen
de antiguas tonadas que ellos
glorifican y redimen.
Y en esta exaltada atmósfera
de vocingleros tamices
el viejo Marx me confiesa
los deslices de Lenine.
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