miércoles, febrero 21, 2007

El establo de caballos finos

Cuando se tiene bien dentro la tierra donde nacimos, todos los desmanes que en ella se comenten nos duelen en el corazón y nos sentimos en el derecho como decía El Maestro de odiar a quien la oprime y guardar rencor eterno a quien la ataca y agregaría yo, que nos sentimos en el derecho de despreciar a sus cómplices, a aquellos que, de una manera u otra y con conocimiento de causa, han contribuido al sostenimiento del régimen con su silencio y sumisión y en ocasiones con su apoyo directo.

Haroldo Dilla comete algunas imprecisiones en su artículo “El Establo de Caballos Finos.” En primer lugar habría que apuntar no es un debate lo que ha ocurrido, porque cuando se debate algo se debe hacer en profundidad y para llegar hasta las últimas consecuencias y repercusiones y este intercambio de emilios no fue más que un grito de “pavor” de algunos de los afectados por Pavón y compañía. Si se hubiera sido consecuente y sincero no habrían convertido este intercambio en un ataque personal (contra estos personajes) sino contra el sistema que ha hecho posible que estos existan. Porque criticar o alarmarse por la aparición de Los Pavones en la televisión huele más a dirimir rencillas personales que a una interiorización de los problemas medulares que afronta el pueblo cubano. ¿Por qué no se indignaron contra todos Los Pavones que son y han sido? y lo que es más importante, ¿Por qué no se indignan contra ese viejo patético que se hace llamar El Comandante (¿o la Revolución?) y que es el director de la orquesta Los Pavones? ¿Por qué no levantan sus atildadas voces, no por las consecuencias que tuvo el pavonato (¿o el comandato?) sobre sus personas, sino por las consecuencias que todavía tienen para los intelectuales de hoy y lo que es más importante para el pueblo de Cuba?

En segundo lugar el “debate” no fue público, ni semi-público, fue completamente privado, porque los emilios son correspondencia privada entre las personas. Los implicados no fueron directamente a protestar en La Esquina de Tejas, ni en el Parque de la Fraternidad, ni en la UNEAC, ni en el ICRT ni en el Comité Central, ni hicieron una carta abierta a Castro (¿el bueno o el malo?) en el Granma, en la BBC, en el New York Times o en El País, para que todo el mundo se enterara de su indignación. No, se limitaron a usar una vía privada, a cuchichear, como viejas chismosas, utilizando prebendas que les otorga el régimen a cambio de su complicidad. ¿Por qué, como decía alguien por ahí, no renuncian a sus viajecitos, a sus premiecitos, a sus emilios y otros privilegios de los que están excluidos la inmensa mayoría de los cubanos? ¿No rechazó Sartre el Premio Nobel de Literatura porque entendía que comprometía su integridad como escritor? Entonces ¿Qué tal anda la integridad de nuestros artistas “protestantes”? El objetivo de los emilios es formar la algazara sin arriesgar el pellejo. No sólo no van a las causas del problema sino que ni siquiera protestan abierta y públicamente contra los desmanes que se cometen por Los Pavones de hoy. No sólo no se meten con el mono sino que, además, se meten con las cadenas donde ya el mono no está amarrado. Si cuando el Pavonato no protestaron ¿por qué van a protestar ahora por algo que pasó hace 30 años? Si el Pavonato hubiera sido un crimen ya la causa hubiera caducado por extemporánea. De hecho si los emilios de estos “protestantes” nadie en el mundo se hubiera siquiera enterado de que Los Pavones aparecieron en televisión.

Integridad es la de Amir Valle que ha expresado abierta y públicamente sus opiniones, estemos de acuerdo con ellas o no, nos gusten o no y le caigan bien al Coma-andante o no. Estando adentro y estando afuera. Creo que Amir Valle merece respeto y no sólo por lo que ha hecho a título personal, sino porque además de ha enfrascado en proyectos editoriales (es el caso de “Como Elefantes Blancos¨) en los que ha difundido la obra de narradores que mantienen una postura cuando no crítica con el gobierno al menos indagadora o de denuncia de la realidad cubana actual. Entonces Haroldo no entiendo como estas otras personas que se han mantenido calladas durante tantos años merecen respeto. Se respeta a las personas porque mantienen una actitud digna en la vida, no por la obra artística o científica más o menos valiosa que puedan haber hecho. No se merece más respeto un intelectual, aunque haya ganado el premio Nobel, que un campesino que se levanta cada mañana, al clarear del día, para cultivar su campo de maíz o para ordeñar sus vacas y muchas veces ese campesino merece más respeto que el intelectual que lo ha traicionado con su silencio y su sumisión.

¡Y te vuelvo a mirar... ! ¡Cuán severo
hoy me oprime el rigor de mi suerte!
La opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.

Mas, ¿qué importa que truene el tirano
Pobre sí, pero libre me encuentro,
sólo el alma del alma es el centro:
qué es el oro sin gloria ni paz?

Aunque errante y proscripto me miro
y me oprime el destino severo,
por el cetro del déspota ibero
no quisiera mi suerte trocar.

También pienso que los que se quedaron callados merecen muchísimo menos respeto que los que se fueron para poder gritar, por lo menos a los que se fueron se les hizo insoportable la situación, si no fueron capaces de enfrentarse, al menos se libraron de la humillación de tener que obedecer al tirano y sus secuaces. Hay más valor en el grito del barbero del Rey Midas en un hueco en la tierra que en su silencio, cuando al final la verdad se conoce de alguna manera. Hay más valor en el miedo de Virgilio Piñera que en el silencio de los otros. Hay más valor en Heberto Padilla, en Reynaldo Arenas y en Cabrera Infante que se fueron para poder expresarse libremente y hasta para tener garantizados sus derechos fundamentales como seres humanos, que aquellos que se quedaron para ver menoscabados esos derechos. Si no hubieran optado por irse, hoy no conociéramos “Antes que Anochezca” o “La Habana para un Infante Difunto”. También Heredia, Martí, Villena, Carpentier, Guillén, vivieron en el exilio por distintas razones casi siempre relacionadas con la existencia en Cuba de alguna tiranía.

Haroldo acierta en lo de describir el mundo intelectual de hoy como un establo de caballos finos. Se acabaron los Hemigways, o los Pablos de la Torriente que iban a la guerra civil española y hasta morían en ella. Se acabaron los Marti y los Villenas que hacían revoluciones y se morían en ella. Se acabaron los Gorki, los Bretch, los Witman que hacían un arte comprometido con las clases desposeidas; se acabaron los Orwell, los Pasternak y los Solzhenitsin que denunciaron el Stalinismo. -“Se acabaron los gitanos que iban por los montes solos”- hubiera dicho Lorca. Hace años que los intelectuales no salen de su urna de cristal o de su torre de marfil y ni se enteran de lo que pasa en las sociedades en que viven. Hace poco leí un pensamiento de Miguel Mihura que dice más o menos que: “habrá democracia cuando el presidente vaya en autobús”. Lo mismo aplica a los intelectuales. Antes a los intelectuales de izquierda los encarcelaban o los fusilaban como a Lorca, Miguel Hernández o Roque Dalton y ahora se puede ser intelectual de izquierda como Gabriel García Márquez y ser amigo, con la misma naturalidad, de Fidel Castro y de Bill Clinton o como Saramago que dijo: “Hasta aquí llego”, cuando el asesinato de los tres jóvenes en el 2003, y luego continuó apoyando la dictadura, como si no hubiera pasado nada y como si nunca hubiera dicho nada. Estos “intelectuales protestantes” solamente chismearon en Internet cuando vieron amenazados sus beneficios personales. Estos caballos finos (¿o yeguas?) se han cagado del miedo cuando la hiena ha entrado en el establo y aunque haya sido una vieja hiena, sin garras ni dientes, ni siquiera se han atrevido a relinchar.

Bajo el peso del vicio insolente
la virtud desfallece oprimida,
y a los crímenes y oro vendida
de las leyes la fuerza se ve.

Y mil necios, que grandes se juzgan
con honores al peso comprados
al tirano idolatran, postrados
de su trono sacrílego al pie.

Nota: Los versos pertenecen al Himno del Desterrado de José María Heredia

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